Este faro de principios del siglo XX es la clara prueba de que a veces perderse es positivo e incluso necesario para encontrar la luz. Emprender un camino entre acantilados sin saber muy bien a dónde te llevará, pero con la certeza de que independientemente de lo que te encuentres al final, haber podido explorar ese camino habrá merecido la pena de algún u otro modo.