El tren ya no es un medio de transporte entre dos puntos. Ya no se trata de sentarse, enchufarse los cascos y perderse en una línea interminable de pensamientos, generalmente nostálgicos, como han sido la mayoría de mis viajes en tren. Ya no hay libros, ni cuadernos, ni viajes a la cafetería, ni conversaciones esporádicas con la señora de al lado. Ya no te sientes estático e inalterable como si la velocidad sólo existiese al otro lado del cristal.
Hubo una vez, no hace tanto tiempo, en que las ventanillas de los trenes podían abrirse a voluntad. Un tiempo en el que podías sacar la cabeza y sentir el viento revolviendo tu pelo con fuerza. En el que esquivar ramas, señales, muros y entradas a túneles empezaba como un juego y terminaba volviéndose un movimiento mecánico. Igual que el acto reflejo de cerrar la ventana a toda velocidad antes de llegar al túnel para no ahogarte en vapor. O el de rascar tus ojos frenéticamente cada vez que una esquirla de carbón, o acaso un mosquito despistado, se cuela en tu ojo. Hubo una vez trenes de vapor en los que el tiempo marchaba a otro ritmo.
Archivo de la etiqueta: vapor
Después de la tormenta… 10.30 (01/10)
Porque después de la tormenta siempre sale el sol y con él, se evapora todo lo que quedaba de ella. Así amanece hoy entre Inveraray y Luss, afianzando mi ocurrencia de que lo mejor del viaje no siempre se encuentra en el destino sino en ruta.
No soy la primera que piensa esto. Allá por los 80 Julio Cortázar y su mujer Carol Dunlop pensaron que a menudo nos olvidamos de que el trayecto es una parte del viaje tan importante como el propio destino. De ahí surgio su libro Los Autonautas de la Cosmopista, Un Viaje Atemporal París-Marsella, en el que hacen de la autopista entre París y Marsella su particular destino de viaje.
En definitiva, no nos aferremos a ideas preconcebidas. Una buena tormenta en mitad de unas vacaciones puede ser un regalo. No hay que olvidarse de disfrutar el trayecto, más allá de las ventanillas del coche hay todo un mundo por descubrir. En Escocia también sale el sol. Y Julio Cortázar no sólo escribía novelas surrealistas.